Que un jefe le haga la vida imposible a un trabajador es, por desgracia, algo frecuente y que no sorprende a casi nadie. Pero que los papeles se cambien y sea el empleado quien se empeñe en hacer la vida imposible a su jefe es algo que sí se sale de lo común.
Está claro que en ese caso es el empleado el que tiene todas las de perder, pero si lo que se busca es un despido improcedente, como si se tratase de forzar la segunda amarilla en un partido de fútbol, ya no hay tanto que perder. De cualquier manera, si tu objetivo sólo es tocar las narices a tu jefe sin tener que abandonar la empresa, aquí van algunas formas de conseguirlo:
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